Este fin de semana cuando vengas a celebrar «San Isidro» te puedes dar un paseo por el camino a la Ermita y comprobarás que la iluminación del barrio de abajo se ha prolongado justo hasta el bien cultural, aproximadamente un kilómetro de nueva iluminación. A lo largo del rústico camino se han colocado 26 farolas que se encienden todas las noches media hora antes que las quince que hay en el barrio de arriba. También podrás observar el cartel que recientemente se ha colocado en la proximidades del esqueleto abandonado del polideportivo municipal.
La gran ventaja de iluminar este camino entre el barrio de abajo y la Ermita es que la procesión de San Isidro ya se puede realizar por la noche, se encontrará completamente iluminada y hará más fresquito para animarse a acometer las cuestas con los pasos.
También podrás disfrutar de ver más corzos y jabalíes cuando estos se te crucen por delante según transites por la carretera que une ambos barrios ya que, al encontrarse el trazado de la misma completamente a oscuras, la caza tendrá más querencia en las cercanías de esta que en las proximidades del recientemente iluminado camino que discurre hasta la Ermita.
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«Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes. Sabrías tanto como el burro de las Figuras de cera – el amigo de la Sirenita del Mar, que aparece coronado de flores de trapo, por el cristal que muestra a ella, rosa toda, carne y oro, en su verde elemento – ; más que el médico y el cura de Palos, Platero.
Pero, aunque no tienes más que cuatro años, ¡eres tan grandote y tan poco fino! ¿En qué sillita te ibas a sentar tú, en qué mesa ibas tú a escribir, qué cartilla ni qué pluma te bastarían, en qué lugar del corro ibas a cantar, di, el Credo?
No. Doña Domitila – de hábito de Padre Jesús de Nazareno, morado todo con el cordón amarillo, igual que Reyes, el besuguero – , te tendría, a lo mejor, dos horas de rodillas en un rincón del patio de los plátanos, o te daría con su larga caña seca en las manos, o se comería la carne de membrillo de tu merienda, o te pondría un papel ardiendo bajo el rabo y tan coloradas y tan calientes las orejas como se le ponen al hijo del aperador cuando va a llover…
No, Platero, no. Vente tú conmigo. Yo te enseñaré las flores y las estrellas. Y no se reirán de ti como de un niño torpón, ni te pondrán, cual si fueras lo que ellos llaman un burro, el gorro de los ojos grandes ribeteados de añil y almagra, como los de las barcas del río, con dos orejas dobles que las tuyas».
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ.